Siempre me ha gustado Jack London. Su forma de describir la naturaleza salvaje, llena de admiración, respeto, pasión y reverencia; y aún más me ha gustado cómo describe la relación que el hombre entabla con esa misma naturaleza, en ocasiones luchando contra ella, en otras domándola y, en la mayoría de los casos, sucumbiendo ante su imparable fuerza.
Recuerdo nítidamente cómo durante mis años de infancia, en la biblioteca de mi colegio, siempre que me sobraban unos minutos en la hora semanal que dedicábamos a la lectura, iba corriendo al lugar grabado en mi mente donde se encontraba un volumen de "La llamada de los salvaje" y volvía a leer una vez más sus últimas páginas, y revivía lo que su protagonista, Buck, siente al abrazar su más ancestral ser, al liberarse del último eslabón que le ataba con la civilización, esa civilización encarnada por un ser humano cada vez más perdido e irracional, sin rumbo y sin alma. Más tarde vendrían otras novelas como "La Quimera del Oro", "Colmillo Blanco", o relatos como "Encender una hoguera", "El Silencio blanco"...
Tardé mucho en descubrir una faceta de este autor no tan conocida, la de escritor de Ciencia Ficción. Aquello fue definitivo para procesar una pasión absoluta por él. Desde novelas como "El talón de hierro" hasta relatos como "Goliath" que aún a día de hoy me sigue intrigando y fascinando a partes iguales.
Pero en estos días de pandemias, de cuarentenas y de un incierto futuro, me acuerdo sobre todo de dos de sus relatos que me han llevado a vincular a este autor con los terribles días que vivimos. Se trata de dos cuentos de ciencia ficción escritos por Jack London en la primera década del siglo XX, y que leídos juntos hoy pueden provocar una cierta desazón, cuando no un indescriptible pánico. Son "La peste escarlata" por un lado y "La invasión sin paralelo" por otro. El primero es quizás más conocido, pero el segundo no tanto (lo descubrí en un recopilatorio de relatos de ciencia ficción de Jack London, el cual tomé prestado de una biblioteca particular cuyo dueño espero que no lo eche en falta, porque no lo he vuelto a encontrar en ningún sitio). Resumo brevemente cada uno de ellos:
La peste escarlata (1912)
En 2013 se desata en todo el mundo una pandemia producida por un extraño virus que hace aparecer en el cuerpo de aquellos que lo padecen erupciones de color rojizas, acompañado de fiebre, aceleración del ritmo cardiaco y finalmente la muerte. La rápida expansión del virus provoca el caos en todo el planeta, la gente huye de las ciudades expandiendo esta peste todavía más rápido y más lejos, las fuerzas del orden apenas pueden contener la desesperación de las masas, y los científicos se lanzan en una carrera contrarreloj a buscar una cura antes de que la civilización se desmorone. Sesenta años después de la tragedia, el último superviviente de la peste, profesor de universidad cuando la peste se declaró, intenta al final de su vida transmitir algo de experiencia y sabiduría a sus nietos casi salvajes, evocando un mundo que ya nadie sabe que ha perdido.
"El hombre, que fue en otros tiempos dueño del planeta, dueño de la tierra, el mar y el cielo, el hombre, que fue un verdadero Dios, ha vuelto a su primitivo estado de salvajismo y busca su subsistencia siguiendo los cursos del agua"
Si este relato no le pone a uno los pelos de punta en estos días, que espere a ver lo que Jack London escribió dos años antes.
La invasión sin paralelo (1910)
En el año 1976 China se ha convertido en una nación imparable. Pero no tanto gracias a su poderío militar, ni siquiera a su gran población (en ese año ya alberga un cuarto de la población mundial) sino a un carácter trabajador, metódico y organizado que le hace encajar perfectamente en un mundo industrial, capitalista y globalizado. Nada puede detenerla. China, ante el asombro y la incredulidad del resto de potencias, se ha hecho en pocos años con el control de todo el mundo, no por las armas, ni siguiendo un ánimo imperialista propio de naciones occidentales, sino con una irreductible pero sorprendentemente eficiente dedicación al trabajo que convierte, a cada habitante de China, en el perfecto exponente de un mundo cegado por la producción imparable.
La situación llega a ser tan insostenible para el resto de naciones, impotentes para doblegar a ese imperio y ante la inviabilidad de vencerla mediante una guerra convencional, eligen una táctica tan novedosa como peligrosa e inmoral: esparcir virus en el centro de su territorio para hundirla tanto económica como poblacionalmente.
"Los cañones de cien toneladas no eran más que juguetes comparados con los proyectiles micro-orgánicos lanzados por los laboratorios, por aquellos mensajeros de la muerte, aquellos ángeles despiadados que arrasaban un imperio de mil millones de almas."
Jack London escribió estos relatos hace más de un siglo, y una década antes de que se desatara la mal llamada gripe española y mucho antes de que China se convirtiera si acaso en un esbozo de lo que es hoy. Un hombre que no era un científico, ni un estudioso -aunque uno de sus sueños incumplidos fue el de graduarse en la Universidad-, pero lo que sí conocía, porque la había sufrido en sus propias carnes, era lo cruel, indomable e irresistible que puede ser la Naturaleza.
En fin, dos relatos que estos días me han venido a la mente, y no para tranquilizarme desde luego.
Fun Fact: Jack London nació en el año 76 (de su siglo), y murió un 22 de noviembre de 1916. Los que me conocen sabrán que esas fechas tiene un especial significado para mí.