"Mi profesor no se sabe el Real Decreto"

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Antes de comenzar este artículo, hay dos puntos que considero muy importante aclarar.

Primero: soy un firme defensor de la escuela pública, y de la sanidad, y de la seguridad, y de cualquier servicios que pueda considerarse esencial y que, por tanto, debe ser de titularidad estatal ya que esa es es la mayor garantía de que exista igualdad de oportunidades en nuestra sociedad. Es más, partiendo de esa base considero que dichos servicios no deberían ser proporcionados por empresas privadas. Así es, considero que no debería existir escuela privada. Y en caso de existir, y si además cuenta con unos recursos muy superiores a los de la escuela pública -algo que de hecho ocurre, y no me refiero solo a los materiales-, no debería proporcionar sus servicios a personas, clientes más bien, en base a un criterio tan arbitrario como es el dinero que tienen en el banco, si bien en la mayor parte de las veces es el dinero que tienen SUS padres en el banco.

Segundo: soy en la actualidad profesor de Formación Profesional de Imagen y Sonido. Sí, ese nivel educativo que cuando era niño se veía como el destino de los alumnos que no valían para estudiar y que ahora he podido comprobar que es capaz de dar a los alumnos en dos años una preparación para el mercado laborar mejor de lo que lo hace una carrera universitaria en cinco años ó cuatro, y eso da que pensar. En fin, que quiero que quede claro que todo lo que cuento se aplica a mi nivel educativo, y a unos alumnos que en el mejor de los casos no bajan de 17 años y que por lo general están estudiando algo porque quieren, no porque les obligan. De otros niveles educativos prefiero no opinar, porque no me gusta hacerlo sobre temas que no conozco directamente.

Dicho esto, y dejando claro mi defensa de la escuela pública, y precisamente por mi devoción hacia ella, voy a realizar una crítica descarnada de esta. Y es que pocas cosas hay tan dañinas que el corporativismo que mata la crítica, especialmente cuando ésta es constructiva. Así que a continuación explicaré el título de este artículo.

En todos los años que llevo dando clases, diez en total, todavía no me he encontrado a ningún alumno que se haya quejado de que la programación de su módulo no se ajuste a la Ley Orgánica, o al Real Decreto, u orden legislativa de turno que lo regula. Por el contrario, sí me he encontrado muchos alumnos, más de los que me gustaría, que se quejan de que su profesor no domina la materia que está impartiendo o lo que es más triste, que aún dominándola no sabe transmitirla.

Me he encontrado muchos alumnos, más de los que me gustaría, que se quejan de que su profesor no domina la materia que está impartiendo o lo que es más triste, aún dominándola, no sabe transmitirla.

No digo que debamos ignorar la ley, pero sí digo que hay que tomarla en su justa perspectiva a la hora de exigirle a los profesores su conocimiento, y es que a menudo perdemos la perspectiva de nuestra labor. Cada ve que me he preparado para un proceso selectivo para el cuerpo de profesorado no he podido evitar preguntarme: "¿necesitan profesores de Imagen o Sonido, o profesores de Legislación Españoa" Es más, afirmo que un profesor que domina su materia y que es un magnífico profesor, pero que desconoce totalmente la normativa que lo regula, tiene menos probabilidades de conseguir trabajo en la escuela pública que un profesor que se sabe de memoria las leyes y unos temas que, dicho sea de paso y por lo menos en mi especialidad, tienen ya 25 años de antigüedad (¿sabe la gente que un profesor de imagen y sonido tiene que aprender cómo se revela fotografía analógica para sacarse la oposición, y sin embargo no hay ningún tema sobre animación 3D?) Todo profesor sabe que una cosa es dar clase, y otra cosa es prepararse para los procesos que seleccionan a los profesores que tendrán que dar esas clases, y esa discordancia es la raíz de muchos problemas posteriores.

Lo voy a explicar de otra manera. En uno de los institutos donde daba clase hacíamos encuestas de calidad anónimas a los alumnos al final del curso, donde les preguntábamos cómo de satisfechos estaban con el centro y con el profesor. La pregunta por parte de ellos era siempre la misma: ¿y esto sirve para algo? (el que sepa leer entre líneas, adivinará lo que encierra esa desconsolada pregunta). Y yo tenía que ser sincero: “pues prácticamente para nada”. De acuerdo, es cierto y así se lo explicaba que para algunos profesores nos servía para ver si estábamos haciendo bien nuestro trabajo, dónde nos habíamos equivocado, cómo podríamos mejorar; pero si otro profesor decidía ignorar los resultados de esas encuestas, o directamente se negaba a hacerla porque ya los conocía de antemano (por malos), no pasaría nada.

Y llegamos a uno de los aspectos más insanos de la escuela pública y que se puede entender con otro ejemplo: si un restaurante quiere saber si está haciendo bien su trabajo, no le pregunta a los jefes, ni a los camareros, y mucho menos pierde el tiempo examinando a dichos trabajadores para ver si se conocen de memoria cual es el Real Decreto que regula el sector de la restauración. No. Sencillamente pregunta a los clientes, y si estos no están satisfechos, se averigua por qué y trata de adaptarse, o ese restaurante está condenado al fracaso. En su caso, supondrá la pérdida del negocio, en el caso de un servicio público, se pierde algo todavía más importante, el derecho de la sociedad a un acceso en igualdad de condiciones a la educación, independientemente de su origen social y económico, así que no es algo para tomárselo en broma.

Nuestros alumnos no deben ser tratados como clientes en un sentido económico del término, pero sí en un sentido ontológico: es a ellos a los que nos debemos, es a ellos a los que nos tenemos que adaptar, y si ellos no están satisfechos es que algo estamos haciendo mal y deberíamos cambiar o dedicarnos a otra cosa. Y me temo que el porcentaje de alumnos no satisfechos harían caer cualquier negocio (y vale, la escuela pública no es un negocio, pero eso no le exime de responsabilidad).

A un funcionario no se le puede despedir. El que se indigne con esto es que no sabe cuál es la razón de ser de un servicio estatal de funcionariado, y por tanto debería informarse antes de indignarse. Pero que nuestro trabajo no dependa de criterios subjetivos, algo que en la privada a menudo deriva en nepotismo, no significa que no deba exigirse que cumplamos nuestra función tal y como la sociedad espera de nosotros. Igual que un médico incapaz de curar no debería estar ejerciendo, un profesor incapaz de educar debería dejar de entrar en clase a desmotivar a sus alumnos.

Igual que un médico incapaz de curar no debería estar ejerciendo, un profesor incapaz de educar debería dejar de entrar en clase a desmotivar a sus alumnos.

En una ocasión tuve una discusión con una compañera que se alegraba de que se pusiese en nuestro centro un nuevo curso. Correspondía a un Grado Medio de un grado que estaba a punto de desaparecer, al ser sus contenidos obsoletos. Ella se alegraba porque eso suponía contratar dos profesores más. Y yo le dije que qué sentido tenía contratar profesores para impartir unos contenidos que no servirían de nada a los alumnos. Y ella me miró raro, sobre todo porque sabía que alguien como yo, un interino que estaba haciendo allí una sustitución, debería alegrarse más que nadie de la posibilidad de ser contratado el curso completo al año siguiente. Pero yo no veía motivos para estar contento.

Y entonces lo vi claro, hay muchos profesores que ven la administración como una empresa de colocación, cuya función es la de darnos trabajo, no la de proporcionar una educación de calidad a la sociedad. Como decía antes, en alguna parte del camino han perdido la perspectiva.

Pero no es culpa suya, cualquier profesor de la escuela pública acabará teniendo esa percepción, cada vez que ve como cualquier innovación educativa es vista con recelo por parte de sus superiores, cuando un esfuerzo que se salga de los cauces habituales es coartado por la administración por no adaptarse a una normativa rígida y obsoleta, cuando nadie por encima se preocupa de saber si uno está haciendo bien o no su trabajo y solo si lleva al día todo el papeleo, y sobre todo, cuando uno descubre que esforzarse más, preocuparse más, luchar más, no tiene ninguna recompensa por parte de la administración y actuar de forma negligente con nuestros alumnos ningún castigo, es lógico pensar ¿para qué me han contratado?

Siento ser tan duro (puedo serlo, esa es la razón de ser de que existan funcionarios), y aunque soy y siempre seré un defensor de le escuela pública, y aunque comparto todas las reivindicaciones de mis compañeros, a saber: menores ratios de alumnos, más medios, mejores salarios, más formación, más reconocimiento institucional y social, etc. Nada de eso servirá si perdemos la perspectiva de que nosotros no somos unos empleados sin más, que nuestra labor es más importante que la de cubrir un curriculum, y que, desde luego, conocer al dedillo la normativa no nos hace mejores profesores.

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